Una bicicleta roja
En el año 1985, mi madre me compró un
velocípedo rojo de dos plazas. Nunca he vuelto a sentir tanta libertad como cuando lo montaba en la acera de
la transitada calle donde vivió y murió mi tía Zoyla. El velocípedo duró allí
unas pocas semanas. Y es que a mi prima le habían prometido (los reyes de la
libreta de abastecimiento) una bicicleta.
El brillante velocípedo (repito que tenía
dos plazas) resultaba más lógico porque éramos también dos personas, pero ni modo, mi prima quería lo que quería y
mi madre era sólo un peón al servicio de la reina tía. De este modo y con mucha mano izquierda, mi madre consiguió verter el revés en victoria, quiero decir en bicicleta. Consiguió que unos amigos que habían comprado una a su hijo, quisieran el velocípedo a cambio de darnos su bici.
No hace falta decir que apenas pude montarla, que mi prima, seis años mayor y princesa absoluta de aquel reino, apenas me dejó usarla, gritar libre y alegre por la peligrosa calle que otrora recogiera al velocípedo.
Luego tuve un novio y ese novio tenía unos padres quienes eran profesores universitarios, cuando en el 1993 el descalabro era ya herida abierta -sí, Galeano, y chorreábamos por todas partes- a mis suegros les "otorgaron", por méritos sindicales, unas bicis para que llegaran a tiempo a clases. Ellos, cansados como estaban de tanta fe, tanta juventud dejada en las calles de La Habana, Moscú y San Petersburgo (que claro está nunca ha dejado de ser Leningrado en sus cabezas), nos la dieron a su hijo y a mí de inmediato. Con aquella otra bici, verde y proveniente de la lejana China, anduve por las calles de Matanzas buscando siempre algo que colgar en sus manubrios: pan para esa noche, vegetales para el cumpleaños de mi madre, las frutas que caían en el patio de mi abuela pero que en realidad pertenecían a su vecino. Todo terminó cuando no quise más a aquel muchacho. Devolví a mi querida suegra (no es irónico, aún la adoro) su bici otorgada a cambio de fidelidad y silencio y volví a caminar como si tal cosa.
Hay una bici más hasta la que hoy me ocupa, pero esa refiere a una historia ajena, una amiga trabajando con turistas alemanes que se la compró y no la usó nunca y cuando ya no era más que un trasto inservible me la regaló y no pude usarla por lo arriba expuesto.
Hoy hace exactamente ocho meses que nos hemos mudado a un suburbio de la ciudad de Houston. El nombre de este sitio es muy gracioso en español porque puede traducirse (según pongas el ojo) como "la tierra de la perla" y también como(traducción correcta) "la tierra de la pera". En este lugar de antiguos campesinos, hoy abarrotado de familias de clase media y media alta, somos una nota discordante. Dos islas en la isla de la pera, dos hijas de la Perla de las Antillas, sin perla real, dos mujeres cubanas (latinas? hispanas?) sin hijos y con una diferencia de edad que hace a los vecinos asumir que la una es la madre de la otra.
En este punto perdido de Dios, tan lejos de todo lo que fui (referente, historia y futuro) y tan cerca de un hastío fecundo en tanto ennoblece en la intemperie al alma sola, la madre-amante me ha regalado una bicicleta roja. Y es restitución de aquella arrebatada en accidentada infancia y también de la otra resignadamente devuelta en la adolescencia y es sobre todo motivo para recomenzar estas escrituras de blog. Un blog que una vez más intentaré usar como estandarte de mi propia reinvención.
Hoy, cuatro de marzo del 2012, cumplidas ya algunas promesas y con la habitual ansiedad de quien sabe que quedan muchas estaciones pendientes, les invito a montarse en esta bicicleta roja. Después de todo, parece lo más verdadero y quizá por esta vez sólo mío que pueda ofrecer.
No hace falta decir que apenas pude montarla, que mi prima, seis años mayor y princesa absoluta de aquel reino, apenas me dejó usarla, gritar libre y alegre por la peligrosa calle que otrora recogiera al velocípedo.
Luego tuve un novio y ese novio tenía unos padres quienes eran profesores universitarios, cuando en el 1993 el descalabro era ya herida abierta -sí, Galeano, y chorreábamos por todas partes- a mis suegros les "otorgaron", por méritos sindicales, unas bicis para que llegaran a tiempo a clases. Ellos, cansados como estaban de tanta fe, tanta juventud dejada en las calles de La Habana, Moscú y San Petersburgo (que claro está nunca ha dejado de ser Leningrado en sus cabezas), nos la dieron a su hijo y a mí de inmediato. Con aquella otra bici, verde y proveniente de la lejana China, anduve por las calles de Matanzas buscando siempre algo que colgar en sus manubrios: pan para esa noche, vegetales para el cumpleaños de mi madre, las frutas que caían en el patio de mi abuela pero que en realidad pertenecían a su vecino. Todo terminó cuando no quise más a aquel muchacho. Devolví a mi querida suegra (no es irónico, aún la adoro) su bici otorgada a cambio de fidelidad y silencio y volví a caminar como si tal cosa.
Hay una bici más hasta la que hoy me ocupa, pero esa refiere a una historia ajena, una amiga trabajando con turistas alemanes que se la compró y no la usó nunca y cuando ya no era más que un trasto inservible me la regaló y no pude usarla por lo arriba expuesto.
Hoy hace exactamente ocho meses que nos hemos mudado a un suburbio de la ciudad de Houston. El nombre de este sitio es muy gracioso en español porque puede traducirse (según pongas el ojo) como "la tierra de la perla" y también como(traducción correcta) "la tierra de la pera". En este lugar de antiguos campesinos, hoy abarrotado de familias de clase media y media alta, somos una nota discordante. Dos islas en la isla de la pera, dos hijas de la Perla de las Antillas, sin perla real, dos mujeres cubanas (latinas? hispanas?) sin hijos y con una diferencia de edad que hace a los vecinos asumir que la una es la madre de la otra.
En este punto perdido de Dios, tan lejos de todo lo que fui (referente, historia y futuro) y tan cerca de un hastío fecundo en tanto ennoblece en la intemperie al alma sola, la madre-amante me ha regalado una bicicleta roja. Y es restitución de aquella arrebatada en accidentada infancia y también de la otra resignadamente devuelta en la adolescencia y es sobre todo motivo para recomenzar estas escrituras de blog. Un blog que una vez más intentaré usar como estandarte de mi propia reinvención.
Hoy, cuatro de marzo del 2012, cumplidas ya algunas promesas y con la habitual ansiedad de quien sabe que quedan muchas estaciones pendientes, les invito a montarse en esta bicicleta roja. Después de todo, parece lo más verdadero y quizá por esta vez sólo mío que pueda ofrecer.
Mabel querida
ReplyDelete¡Me monto contigo en tu bicicleta! Muchas gracias por el hermoso regalo de tu blog.
Un abrazo de hermana mayor:
Hilda
gracias, queria!
Delete¡Muchas felicidades por este nuevo medio de transporte! ¡Que te lleve lejos, como siempre has logrado! Un abrazo.
ReplyDeletegracias, querida. a puro pedal sera este viaje! un abrazo
DeleteThis comment has been removed by the author.
ReplyDeleteMe gustan tus bicicletas, Mabel, y tus compromisos, morales, intelectuales y amorosos.
DeleteAyer me devolvió un amigo tu libro Inscrita bajo de sospecha con un rotundo: me gustó mucho, y dudas sobre las referencias que aparecen en tu libro, por suerte estaban Judith y Rubén en mi casa para ayudarme a resolverlas, pero lo importante fue que por un momento mis mundos, todos, estuvieron girando entorno a ti. Y hoy tengo un “amanezco” de bicicleta roja, bien, todo está en orden, escribe el que tiene que escribir y monta bicicleta el que tiene que montar, y si tienes una bicicleta para escribir intenta no montar en el blog. Suerte, amiga, una vez más.
Posdata: Mi abuela se llamaba Zoila, con i latina pero no tuve velocípedo.
http://www.giselabaranda.com/
gise, me alegro de que guste este nuevo vehiculo, de qu estes, de que me leas y me des a leer. Mucho honor para mi que soy chiquita y todavia ando clamando por mi velocipedo.
Deleteun largo abrazo
Maca, ¡a pedalear se ha dicho! Te seguiré leyendo por las callejuelas de este nuevo blog.
ReplyDeletesi, mi naty y tu vas en la parrilla! mil besos
DeleteDe niña siempre quise una bicicleta...la pedí año tras año durante gran parte de mi infancia..cuando la conseguí...la olvidé en un parque!
ReplyDeleteTuve una segunda bicicleta, supliqué hasta conseguirla y la disfruté algún tiempo, algo se le desbarajustó y tardé años en arreglarla...cuando lo hice, tardaron 48h en robármela!
COMO VES MI RELACIÓN CON LOS BICICLOS NO FUE FÁSIL...!!!!
Ahora tengo una que yo misma le compré de 3ª mano a mi cuñado y HOY GRACIAS A TÍ ME ENTRARON GANAS DE RECONCILIARME CON ELLA Y SALIR
pues Isa, vamos a montarnos y darnos unas vueltas este verano! sea todo por aquellas bicis de la infancia! te abrazo, gracias por estar
DeleteLa Mabel.
ReplyDeletePor razones que conoces (y que cada vez se están haciendo más pesadas de llevar) no había podido abrir tu nuevo blog. Hoy te leído de golpe y te agradezco el porrazo! Cariños, Mirta
paciencia, Mirta, todo se andará... pedalea un rato... abrazos y gracias por venir
ReplyDeleteMabelín, me encanta pasear con tu bici, te puse en mis blogs favoritos. El mío está medio atrasado pero le voy a dar un aventón pronto. Besos.
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