Llegamos a la
estación central y única de Colonia y mi sueño de no entender se hizo realidad
al instante. La primera etapa de esta nueva jornada parecía simple: llegar al
hotel desde dicha estación y para ello me había asegurado de buscar en google maps las direcciones exactas que
estos proveen: “en la calle tal gire a la derecha, camine 200 metros y gire a
la izquierda”. Eso sería todo, pero Nein!
ninguno de los que con certeza parecían naturales de la ciudad, tenían idea de
cómo llegar a la primera calle en donde caminar los 200 metros y hacer la
izquierda. Para colmo (y previa sugerencia mía) N. había preguntado en un hotel
de la misma cadena en que nos hospedaríamos, cómo llegar al nuestro y la señora
de la carpeta le dio el nombre de una plaza (Barbarossaplatz), muy famosa y muy desconocida para quienes nos
acercábamos a indagar.

Lo más gracioso
de lo que duró esta búsqueda sucedió a través del denominador común de las
respuestas que nos daban los “colonos”. Cada vez que les pedíamos instrucciones
para llegar a la plaza o el hotel, todos recomendaban que tomáramos el tren. No
explicaban. Sólo se alucinaban ante nuestro empecinamiento de caminar por 15
minutos seguidos estando tan cargadas: aber
bitte, nehmen Sie den Bahn! (¡por favor tomen el tren!). Lo repitieron
tanto y tan constantemente, que llegaron a colocarnos la duda, a inquietarnos
mutuamente y cuestionarnos mitad en serio, mitad en broma: ¿por qué no tomamos
el tren?
Llegamos al
hotel cansadas; pero victoriosas. Después de todo, era posible llegar allí
desde la estación dando un lindo paseo por las calles del mercado y unas
placitas desconocidas que sin duda mejoraban a la de los “bárbaros” que no
llegamos a ver porque el tren no lo cogimos jamás.
Descansamos por
unas horas largas y para cuando el sol se hizo más amable (¡llegó por fin el
verano a la Germania y esperemos que a la Galia también!) nos dispusimos a
explorar el Altstadt (ciudad vieja)
que a la orilla del río nos dio una pintoresca bienvenida con sus casitas de
techos puntiagudos y colores intensos en paleta pastel.
El medioevo es
el elemento imaginario con el que se trafica en Colonia. Todos los edificios
parecen competir para probar que sus piedras fueron alzadas allí, en algún
momento entre los siglos XII y XIII, cuando los guerreros tenían muy claro su
código de honor y las doncellas esperaban en torreones que simulaban coronas
desde las que ellas agitarían su pañuelito blanco.
Entramos sin
pensarlo en una taberna que nos convocó. Su decoración una gigante rueda de la
fortuna y unos camareros luciendo vestuario de época: pantalones y faldas
rojas, blusas y camisas blancas,
chalecos también rojos y acordonados sobre el pecho, zapatillas de tela;
escenario listo para el rodaje de cualquier cantar de gesta.
Fascinadas y
solas nos sentamos en una larga mesa en donde estudiamos la carta que ante todo
aleccionaba sobre la tradición y antigüedad del lugar: construida en el siglo
XIII había sido posada para peregrinos y viajeros de toda clase que desde
entonces degustaban allí sus exquisitos chorizos acompañados de enormes jarras
de cerveza medidas no en volumen, sino en metros. Para N. nada ha sido más
impresionante en este viaje que los metros y medio metros de cerveza que se
pedían los comensales de la taberna. Servidos en vasitos de 0.1 litro y puestos
uno detrás de otro, los nativos piden la cerveza de este modo y en grupos beben
por metros el alcohol.
No estuvimos a
la altura, pues impresionadas por la cantidad, sólo alcanzamos a pedir vasos
simples para acompañar un delicioso medio metro (sí, también miden así la
comida) de un chorizo con papas y coles encurtidas. Las mismas coles que en la
década de los ochentas solían servir en la Cuba socialista para acompañar
nuestras croquetas con pan suave.
Degustamos el
medio metro de embutido y continuamos el paseo por la ciudad vieja, a lo largo
del río. Otros cientos de turistas se complacían en beber metros de cervezas y
comer chuletas y piernas de cerdo (todo en plan pantagruélico y medieval) en
las terrazas que con sus mesitas impecablemente puestas y sus porteros
convidando a los paseantes, daban la bienvenida a este verano que en Colonia
promete dejar decenas de miles de euros a los propietarios de los locales y los
productores de cerveza artesanal.
Caminamos con
calma por un par de horas más: un helado italiano, un café en un restaurante
mexicano, una vuelta alrededor de la gótica catedral del siglo XIII, una vista
rápida sobre las muestras de ruinas romanas que exhiben en vitrinas gigantes.
Capiteles dóricos, jónicos y corintios; tapas de sarcófagos, memoria de la
presencia imperial en la vieja Germania y su caída.
De regreso al
hotel nos fascinó un barco por el río en donde
miles (aquí miles quiere decir miles y no exagero nada) de jóvenes
bailaban y cantaban delirantes, estremeciendo a su paso la ciudad.
Otro detalle
curioso fue que al pasar por una de las plazas aledañas a la catedral, unos
hombres la acordonaban prohibiendo el paso por el área central de la plaza,
había que bordearla y la razón para ello era que dicho espacio además de sitio
de paso habitual es el techo del teatro en donde la filarmónica de Colonia
ensaya y hace sus actuaciones. Viniendo de donde venimos, no es detalle menor
este respeto por la música y sus silencios…
Esta mañana
regresamos caminando a la estación (ya muy sabidas de la ruta y sin preguntar)
y almorzamos un Schnitzel (chuleta)
delicioso en un restaurant turco que ayer nos cautivó cuando pasábamos al río.
Ahora se acerca
Berlín y en este tren, una señora alemana ha partido en dos un pan para
compartirlo con su marido y al hacerlo, lo ha medido para comprobar de que cada
uno de ellos, comerá la misma cantidad. La escena (que aún me resisto a creer
es cotidiana, sino excepcional) ha dejado en nosotras un impacto profundo que
aún no sabemos explicar…