Wednesday, June 4, 2014

Madrid-París


Regresar a Madrid en primavera trajo consigo una avalancha de memorias que remontaron a 2001. Siempre todo remonta a ese año en realidad. Aquella primera juventud y la intuición potenciada por el encierro de que la vida sucedía en otra parte; una parte que obstinada e indistintamente insistía en nombrar España o Madrid.
 
Ciudad amada en casi todos los regresos. Madrid y los amigos protagonizando esa empresa del amor. Y el amor, esta vez como lluvia preñando a los amigos y a Madrid, superponiéndolos, haciéndolos uno.

Madrid. Paseos por la Plaza del Sol hasta la Mayor. Cañas y croquetas en la barra del Museo del Jamón, caminatas por Gran Vía, Plaza de España (foto con Sancho y Quijote repetida); Palacio de Oriente, chocolate espeso y churros en la Botillería, visita a la Almudena recién restaurada, subida por los Austrias (Plaza de la Paja y Morería) hasta Tirso de Molina. Un café más a la sombra del dramaturgo y los mosaicos de Tolouse Lautrec, una certeza latente de que podría valer la pena regresar a los sitios en donde alguna vez se fue feliz.

Verte tomar fotos en el Paseo del Prado, desde Atocha hasta Alcalá: fuentes de Neptuno y Cibeles. Cantar a Sabina otra vez “a la sombra de un león”; ser besada en donde alguna vez vi besar. Otro chocolate en Bellas Artes. La terraza, que no queremos pagar, para ver las esculturas de los techos de Gran Vía y el sueño imperial de Carlos III; la Metrópolis de cúpula de oro. El susurro de Carmen Martín Gaite repitiendo en mi oído: “a lo más oscuro, amanece Dios…”
Olga, Juan, Pablo, Martín. La visita a su piso en donde casi nada ha cambiado, solo los paisajes interiores de nuestra adultez innecesaria, absurda. Noche en Chueca. Sabores de cazón en adobo que pruebas por primera vez, probándote a ti misma que puedes romper tus límites, ese odio visceral por los frutos del mar que el bienmesabe destierra.


Excursión a Toledo. Mirada alucinada sobre el Tajo y cada una de sus puertas. Boda en San Juan de los Reyes. Fascinación por el gótico, almuerzo para regimientos famélicos en la judería, búsqueda de alianzas en las platerías de la ciudad. Regreso en éxtasis a Madrid. Parque del Retiro, Feria del Libro: Mari Jose, Pepo, Montse; la obsesión por Cuba; la urgencia de entender(nos) mutuamente.

Domingo en el Rastro. Tenderetes que ya no son lo que fueran. Ropita hippie que parece burla más que posibilidad real de llevarla, guiño desde una pobreza que se mantiene intacta para la chica de barrio, hecha a trompicones y hachazos que siempre seré. Compra de batas de dormir porque olvidamos los glamourosos pijamas de algodón que nos acompañarían. Boquerones en Tirso que no tienen el mismo éxito del cazón; cañitas deliciosas para celebrar, sin saberlo, que este rey abdicará y que estaremos aquí para vivirlo. Mejor un mandatario menos –especialmente si está a las puertas de la senilidad octagenaria y gusta de asesinar elefantes- que un tren estallado en mil pedazos como el que hube de vivir en marzo de 2004.

Lunes en casa siguiendo las noticias de esta abdicación tan guionada como el gran hermano. Maletas y mochilas que se alistan para su próxima estación: París; y una tarde noche (Miriela y Deglis) en donde nos recontamos la historia. Sus paralelos, sus disfunciones, sus espejos. La historia nuestra, cuatro mujeres en busca de la felicidad, que es la de una generación y un grupo y un, aquel, país.

Tren de alta velocidad, Madrid-Barcelona (¡en solo 3 horas!) y trasbordo instantáneo al Barcelona-París. Policía que pide documentos a unos australianos (por una vez no son negros o árabes o hispanos) y que nos confunde y pone nerviosas, porque si están pidiendo documentos, por nosotras han de venir…

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