Tuesday, June 26, 2012


 Cuba

Exactamente siete días me tomó poder colgar las fotos de Cuba en el Facebook. Siete días comenzar a garabatear estas líneas que aún no sé si tendré la habilidad de terminar, menos aún compartir. Siete días y un viaje al norte de Britania, esta mítica tierra que al parecer, por aquello de las islas, estará siempre conectada a mis episodios cubanos. Y lo digo porque desde aquí escribí hace un par de años una enorme defensa para los blogueros del exilio y Yoani Sánchez, mientras mi madre agonizaba en West New York con un brazo partido en dos enormes pedazos. Dos pedazos de un brazo materno que de algún modo siguen antojándose simbólicos frente a la realidad de la familia cubana de los últimos cincuenta y tres años y medio.
Siete días, decenas de llamadas telefónicas, el llanto de un río y un viaje a la canícula invernal para poder comenzar a aliviar este dolor punzante, este regreso imposible al único país en donde soy y siento en primera persona y en donde, a la vez, todo me resulta ajeno.
Cuba. Seis años y cuatro meses después. Matanzas. La Habana. Varadero. Colón. Cabaiguán. Ceiba Mocha. Cárdenas. Cuba. Madre, abuela, tías, tíos, primos, amigos, muertos. Cuba. Las cenizas de mi abuelo que allí llevo. Cuba.
Y yo. Volviendo. Y yo. Sin haberme ido jamás. Y yo. Familiar y extranjera.
No puedo hablar de lo que vi. Que fue todo lo soñado. Que superó para bien y para un mal devastador, esos mismos sueños. No puedo hablar de quienes vi. Todos intactos en su fe del día que vendrá. Todos escribiendo, pintando, componiendo, actuando, diseñando, cantando, sobreviviendo en la belleza de un arte favorecido por una enorme cantidad de tiempo que sigue transcurriendo con la lentitud enorme del vacío. Vacío llenado con arte, pero vacío al fin. Tiempo es arte hace siglos para ellos. Todos resignados, en fin, a nuestro auto-emplazamiento en los márgenes de la historia. Todos sobreviviendo con (desde) un arte delirante, múltiple en sus formas. Recorridos imaginarios que van del óleo a la cocina.
Cuba. Mi imaginado país. El único país para morir. El único país adonde regresar para sentirme entera, innecesaria de explicaciones, decodificaciones, traducciones. El único país en donde vivir me resulta imposible.
¿Quién ganó en esta guerra sin guerra? Me pregunto cuando ya regresando no puedo despegar mi nariz de la ventanilla y voy llorando intensamente. Intenso con espasmos. Por todo lo que ahí dejo, perdido para siempre.


¿Quién ganó? Le pregunto a esos muertos que diviso desde mi altura de avión y que sé me escuchan desde el estómago devorador de los tiburones del Estrecho. ¿Ganamos los idos? ¿Los de la casa de verano en Miami, los Catskills o la Riviera francesa? ¿O fue acaso el miliciano, presidente de los CDR a quien le dieron teléfono, tele a color y viajes a la playa a cambio de su lealtad y servicios? ¿Ganó Celia con sus millones, su éxito japonés, su enorme piso de luz en Fort Lee, su fama merecida?  ¿O fue acaso esa larga lista de escritores que van de fin de semana a Venezuela para celebrar los cumpleaños de Abel Prieto o Hugo Chávez, leyendo algunos poemas de su propia inspiración, con acceso a una cuenta de email, viviendo sin la agonía de una (o varias) hipoteca a cuestas o la responsabilidad de financiar la leche, los huevos y los jabones de sus padres, hijos o hermanos? ¿Ganaron los Estefan con el control del mercado de la música latina y tantos bienes raíces que sólo su contador podrá numerar? ¿O fue que ganó la vecina que sin nunca abandonar los predios de su sala, despotrica de las jineteras del barrio mientras su hermana desde la factoría en Hialeah la sueña pobre e infeliz y apoya con su fiel remesa el control que ejerce sobre la cuadra, sobre la nada? ¿O es que fue la academia norteamericana repleta de cubanólogos, muy expertos todos, muy seria y bien pagada gente redibujando a ese país de modo obsesivo, impenitente? ¿Ganó Maya que no puede escuchar en el más exquisito restaurant cubano de Manhattan la “Bella cubana” de White sin temblar como una hoja? ¿O en realidad fue su primo, historiador de españoles en la isla, hombre viajado y de prestigio quien se siente absolutamente desapareado, perdido porque casi todo lo que ama está lejos de Cuba o muerto? ¿Quién ganó en esta guerra sin guerra me pregunto mientras fragmentada en mil pedazos agonizo en ese azul radiante que veo desde el aire, un azul de menos de 30 minutos de vuelo donde han quedado tantos muertos muertos, tantos vivos muertos, tantos muertos vivos?
Más allá de la obvia respuesta, aquella que ratifica que los únicos posibles ganadores no son otros que los administradores del feudo, esos brillantes ideólogos de este plan macabro, yo  no veo, no puedo ver nada más. Yo diviso, siento, palpo, huelo, disuelvo en mis entrañas pérdida, dolor, resistencia, miedo, cobardía, concesión de nuestro terreno (entiéndase proyecto  de país) a los mismos que odiamos.
¿En qué momento permitimos que se nos dividiera de este modo? Se asoma esta como otra de las obsesivas preguntas que lanzan las olas del Estrecho sobre mí. ¿Comenzó todo con los españoles, la “Conspiración de la escalera”, la  supuesta traición de  Zenea, los clubs de tabaqueros en Tampa y Key West financiando la utopía martiana mientras Maceo y Gómez desafiaban y enredaban al pequeño hombrecito de negro en una aventura bélica que, obvio resultaba, él no sobreviviría? ¿Cuántos de nosotros somos quienes enredan y malmeten en esta contienda? ¿Cuántos los que nos entregamos a la fe en esos que están poniendo su sangre, pan y verbo para terminar esta pesadilla? ¿Quiénes estamos dispuestos a parar este juego de una vez? ¿Será que un día podremos ponernos de acuerdo y muy “indignados” (tal y como estamos)  a la usanza de las juventudes del primer mundo, ir a ocupar no las viejas casas o propiedades en ruinas, sino las calles de todas las ciudades y pueblos de aquella isla nuestra y reclamarla (junto a quienes allí permanecen) de regreso? ¿Será que algún día convendremos en que el embargo es una obsoleta aberración imperialista  y efectivamente injerencista que facilita el juego de los dueños de la finca? ¿Qué nos impide juntar fuerzas de una vez?
¿Quién ganó en esta guerra sin guerra? Me pregunto mientras otro avión me lleva de regreso a una tierra en donde me sé para siempre perdedora, traducida, pobre… no importa cuánto el decorado de mi exterior insista en lo contrario.