Tuesday, April 24, 2012

Gaspar Orozco y el eterno viaje ocular


Pocas veces he podido acercarme a la poesía sin recordar la máxima aprendida en las lecciones de modernismo latinoamericano. Aquello del poeta como Dios. La mirada en la torre de marfil. La elección de un poder invisible, vertido de una vez sobre el creador para que sólo él pueda escribir versos. 
Pero ese viaje habitual a ratos se dificulta. Ahí tenemos, sin ir más lejos, a la poesía coloquial: fuera la torre, el Dios o las elecciones poderosamente exclusivas. O aquello de la poesía material. Para qué hablar de la poesía gráfica. Conste en acta que no rechazo ninguna de esas formas, pero ay, Darío, cuánto te echo de menos, a ratos...
Y llega, pues, Gaspar Orozco, este poeta mexicano que me deslumbra con frecuencia y que en la espiral asciende en mis asombros. Su última entrega Autocinema (Práctica mortal, 2011) es consuelo a esa pena, ese quiste cerebral y demandante en donde pido a la poesía que  enseñe a mirar, que  estremezca, que deje pensando a los pensantes. Y es un ojo. El ojo del poeta que se vehiculiza  y gesta a la palabra  mientras va de viaje en la tecla de un piano, el lóbulo de la oreja, la cerradura, la tela de araña, la cuenta de ámbar, la espiga, el tablero de ajedrez, un grito de gaviota.
Todo sentidos es este libro, todo verso trabajado con la sed del ebanista, aquel que no descansa hasta vernos desfallecer ante la magnificencia de su obra. Gaspar Orozco, que ya se había instalado en la joven poesía mexicana con lugar decoroso, ahora se entroniza. No sé qué creerán los académicos o señores duchos en poesía  en el amado gigante azteca, pero aquí va sin duda mi apuesta, mi recomendación, mi grito.
Y es que Orozco, nuevamente, nos enseña a mirar, a leer, a hacer del cine ese templo que nos enseña a su vez. Autocinema es un homenaje a la experiencia del receptor y es también su contribución cimera a la poesía de aliento oriental en clave de Occidente. Es mixtura entonces que recoge lo mejor del modernismo y desde el legítimo borramiento de fronteras que el postmodernismo autoriza, se aparece en su mejor prosaico traje.
Autocinema es un camino, un aprendizaje ontológico en donde el poeta nos deja tan solos como él, en donde entendemos al fin que no somos más que "la partícula de polvo suspendida en el haz de luz y sombra que arroja el proyector en la sala vacía del cine". 

Saturday, April 14, 2012

Las horas de Ena LaPitu Columbié

Tengo conmigo el ejemplar 48. Aprecio los ejemplares numerados, me recuerdan un tiempo anterior, engañosamente feliz. Me lo dio Ena LaPitu Columbié (mi "mostra", en léxico familiar). Fue en noviembre de 2011, recién salido del horno, cuando la Feria, cuando Elena Tamargo se nos iba, cuando era ayer desde este vértigo.

Hoy lo acaricio lenta y sonrío en el azar concurrente. Por él. Por Ena y Casal y Florit y Lola Rodríguez de Tió y la increíble interconexión de  eventos que me acontecen y en este libro se resumen.  Si digo tradición-nación-Siglo XIX-Caribes diaspóricos-exilios-feminismos-modernismos, todo se hará al chasquido de los dedos que pasan las páginas del hermoso cuaderno Las horas (Colección Strumento, 2011).

Y es que la vieja querella entre imagen y palabra parecería aquí ser motivo de celebración y jamás de disgusto. El tiempo, las horas, como esencia inasible, misteriosa, divina,  el leit motiv que poetas y fotógrafos ponen al centro de sus andanzas creativas en esta colección. Ellos son Manuel Santaya, Osmany Ricardo, Carlos Pintado, Delio Regueral, Noemí Luis, Carlos Rostgaard (Pititi), Redel Frómeta, Ena LaPitu Columbié y German Guerra. No me atrevo a destacar a ninguno por encima del otro, así como el trabajo no potencia foto sobre poema. Pienso el proyecto como aleccionador, como deseo de armonía que -aún cuando se trata de una antología; oficio ingrato entre los tantos que padece el editor-  queda propuesta desde la portada misma. El semitítere o maniquí de madera, fijo, sin piernas es también el portador del tiempo que es decir movimiento, eternidad y, en suma, lo cambiante.

Ese binarismo efectivo en el libro se concreta, se reduplica, se expande... Son las horas tristes de Casal, las alegres de Lola, las iguales de Zayas, las lentas de Florit... son las horas en fin, que conforman ese tiempo que Diego nos regalara y que todavía parecen no bastarnos.


Sólo queda agradecer a los colaboradores por la entrega y esperar de Strumento y sus magos, lecciones parecidas. Gracias.




Thursday, April 5, 2012

Reír lo justo...


Acabo de llamar por teléfono a Heriberto Hernández, quiero recordarle algunas cosas. Recordarle que en la calle Ayuntamiento de la ciudad de Matanzas, donde una vez pararon la Ruta 2 y la 4, -sí, justo en la puerta de Gloria Urquiza y Héctor Escobar- se le veía pasar con sus camisas decoloradas, cuasi manufacturadas por el Fondo de Bienes Culturales. Y podía vérsele sereno, podía una detallar sus rizos rubios, su esbeltez exótica para las islas, su mirada sobria, enigmática. Contarle de los días en que Rolando Estévez dibujaba en las aceras sobre los lienzos enormes de papel estraza, algo para acompañar sus versos  mientras Tania Moreno cantaba dulcemente y Alfredo Zaldívar lo orquestaba todo. Al final de la noche se iban los dos -él y Tania-tomados de la mano y podía  quedar convencida la mirada de que esos y no otros eran los rostros del amor. 
Recordarle a Heriberto que una vez su pelo creció tanto que llegó a parecer un auténtico salvaje, o en su defecto un personaje  saltado en su poderosa moto desde la pantalla; esa que nos hizo creer que Grease era la única América posible. Y que a la vez, verle bajarse de su avispa metálica y subir las empinadas y crujientes escaleras de la otrora "Casa del Escritor", no podía  resultar más coherente, más parte de la profecía autocumplida a la que se entregaba sin remilgos.
Cuando un día ya no se le vio más en la ciudad, se escuchaba de su éxito rotundo en incas tierras, de la prisa con que reuniría a su lado a la familia que en Matanzas había fundado: Eli, Eric, otras formas ya sólidas con que el amor se entronizó en su pecho. El mito del dios se ensanchaba fruido, impenitente... Luego un breve silencio. Más tarde el puerto natural de los abandonados por la furia de algún dios: Miami, confeti, coronación, algarabía.
Le recuerdo a Heriberto del qué dolor, qué dolor, qué pena... que un día entonamos juntos al ver como una diosa caída se volvía contra la memoria y hacía añicos la partitura más terrible de toda una generación -la suya, Pensamiento. Que lo aplaudí, semanas atrás cuando certero redispuso las fichas  del mal trazado tablero en  donde quisieron sortear los futuros literarios ¿nacionales?
Pero lo llamo sobre todo para recordarle que él me juró que después de los cuarenta, todo ya le daba risa, que me invitó a reír de paso, que me mandó sus libros para que de ellos, con ellos, por ellos me riera... lo llamo porque quiero saber si en verdad ha sucedido lo que cuentan las noticias o se trata de una broma celestial, de esas que urden los invitados a los panteones de toda nación con épica real; si es que en ese mundo misterioso (el que rezumaba su pelo batido al viento de la isla, el que destilaba sabor a celuloide, el que sin  dudas daba acuse de recibo su sonrisa) son habituales estas farsas... 
Voy a reír lo justo, Heriberto (y no "callar" como le gustaría a Rubén Aguiar). Y llamarte después. No sea que cambies de opinión y decidas volver y estallar  al fin en carcajada.

Monday, April 2, 2012

Odette Alonso para la reinvención de las muchachas en flor

Pongamos por caso que conozco a la muchacha. Sí, esa que transita impenitente por la Víspera del fuego (Ediciones Intempestivas, 2011). Pongamos que sé algo del delirio que provoca en la poeta tal arrojo, tal nueva imaginería para el amor. Pongamos también que la paraliteratura es finalmente atendida en su justa dimensión reveladora, que el saber lesbiano no parece ya a señores académicos juego de bomberas amargadas, de nostálgicas por el pene que no fue, de protestonas letradas. Pongamos en fin, que me aproximo a este nuevo cuaderno de Odette Alonso desde un casi ingenuo conglomerado de sobreentendidos, desde un espacio que reclamo solo nuestro, desde la víspera de mi propia juventud, aquella que ostenté  en el invierno-primavera del 2004 cuando por primera vez tuve el privilegio de leer estos poemas que hoy presento.
Puestas ya estas breves cartas sobre el tablero, dispongo otras encrucijadas. Me detengo en las muchachas del cuadro picassiano, en la escena de "La playa" que relata: "Como si en ello les fuera la esperanza/las dos mujeres corren/tomadas de la mano/sobre la arena gris. /Suelta la cabellera/al sol los senos pálidos/estalla su alegría contra el cielo de nubes." Y estallo a mi vez. Porque en esa alegría fecunda, conciliadora (pienso) es donde se encuentra (o debería) descansar toda imagen que recree los fuegos del amor, sus vísperas y ocasos. Se trata entonces de una poética del buen amor (me convenzo) de un desafío otro a la ley del padre (Arcipreste y seguidores); de una insistencia madura en igualar la experiencia del cuerpo femenino -que se junta al espejo y lo traspasa hasta tocar al cuerpo de la otra- con aquellas de bardos medievales que recreaban perceptivas amatorias no con menos entusiasmo.
La sólida obra poética de Odette Alonso encuentra en esta nueva entrega una puerta más a su ventura. El desenfado (muestra óptima de dominio) con que yuxtapone imágenes oníricas a realistas; pasajes de dolor, desesperanza o pérdida a euforias y celebraciones varias; estancias temporales que sólo la memoria guarda a lo que  acontece en el inmediato cotidiano, dan fe de ello.
Sin embargo, la maestría absoluta, la develación total de los misterios sucede en la descripción de "las muchachas" -un plural que me permito desde la autoridad de mis saberes paraliterarios y lesbianos. Esa 'ente' modulada en variaciones que transita insistente por los versos, esa que es luz y es la tarde de La Habana y es la voluta de humo y es la memoria de Bizancio, viene a ser en suma su reina de oros y diamantes.
No serán (seremos) iguales las muchachas luego de esta víspera quemante. La salud de las flores que abrirán esta primavera ha invadido ya la página. Y hablamos de una fragancia que habrá de ser el único garante que pidamos a la poesía.