Pocas veces he podido acercarme a la poesía sin recordar la máxima aprendida en las lecciones de modernismo latinoamericano. Aquello del poeta como Dios. La mirada en la torre de marfil. La elección de un poder invisible, vertido de una vez sobre el creador para que sólo él pueda escribir versos.
Pero ese viaje habitual a ratos se dificulta. Ahí tenemos, sin ir más lejos, a la poesía coloquial: fuera la torre, el Dios o las elecciones poderosamente exclusivas. O aquello de la poesía material. Para qué hablar de la poesía gráfica. Conste en acta que no rechazo ninguna de esas formas, pero ay, Darío, cuánto te echo de menos, a ratos...
Y llega, pues, Gaspar Orozco, este poeta mexicano que me deslumbra con frecuencia y que en la espiral asciende en mis asombros. Su última entrega Autocinema (Práctica mortal, 2011) es consuelo a esa pena, ese quiste cerebral y demandante en donde pido a la poesía que enseñe a mirar, que estremezca, que deje pensando a los pensantes. Y es un ojo. El ojo del poeta que se vehiculiza y gesta a la palabra mientras va de viaje en la tecla de un piano, el lóbulo de la oreja, la cerradura, la tela de araña, la cuenta de ámbar, la espiga, el tablero de ajedrez, un grito de gaviota.
Todo sentidos es este libro, todo verso trabajado con la sed del ebanista, aquel que no descansa hasta vernos desfallecer ante la magnificencia de su obra. Gaspar Orozco, que ya se había instalado en la joven poesía mexicana con lugar decoroso, ahora se entroniza. No sé qué creerán los académicos o señores duchos en poesía en el amado gigante azteca, pero aquí va sin duda mi apuesta, mi recomendación, mi grito.
Y es que Orozco, nuevamente, nos enseña a mirar, a leer, a hacer del cine ese templo que nos enseña a su vez. Autocinema es un homenaje a la experiencia del receptor y es también su contribución cimera a la poesía de aliento oriental en clave de Occidente. Es mixtura entonces que recoge lo mejor del modernismo y desde el legítimo borramiento de fronteras que el postmodernismo autoriza, se aparece en su mejor prosaico traje.
Autocinema es un camino, un aprendizaje ontológico en donde el poeta nos deja tan solos como él, en donde entendemos al fin que no somos más que "la partícula de polvo suspendida en el haz de luz y sombra que arroja el proyector en la sala vacía del cine".
Montar en tu bicicleta roja y sentir hambre de letras es una misma cosa. No sé si es el olor de tus especias o el sonido de cubiertos y calderas, pero lo que se cocina en este blog inevitablemente hace temblar mis tripas: tremendas ganas ahora de leer a Gaspar Orozco. Cuando tenga mis temas grabados le propondré el intercambio: mi Disco por su Libro. Valor por Valor. Su riesgo y mi riesgo. Remedio en tiempos de crisis...
ReplyDeleteGracias, Mabe, por tu pedaleo. Besos.
gracias, Rube... es un grande este gaspar...
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