Monday, March 12, 2012

Mylene Fernández Pintado o la esperanza de una esquina para fundar


En una muy reciente publicación de la página web buzzfeed.com destaca entre las seleccionadas como las cuarenta y cinco fotos más poderosas del año 2011, una en la que un chico australiano de nombre Scott Jones besa a su novia, la canadiense Alex Thomas. Están tirados en medio de la calle en un ejercicio que sería la envidia de secretos exhibicionistas; especialmente porque en los planos primero y tercero de la misma instantánea aparecen los representantes de la fuerza policial canadiense. Este amor desafiante –somos informados al salir de la conmoción que la imagen provoca- lo es más porque Thomas acaba de ser golpeada por aquellos que persisten en su vigilancia. Y lo es sobre todo porque la ciudad que impertérrita los abandona en medio del asfalto es la misma que los cuida. Los ojos-vigía que no vemos, pero sin dudas presentimos en las aceras, son los verdaderos guardianes de este amor atravesado por la crisis bursátil, sociopolítica, absurda (como toda crisis frente a la inminencia de la muerte) por la que transita hoy ese llamado primer mundo. Sólo el amor resiste, parecería ser su lema. Un lema que, a pesar de sus coloridos episodios, se viene abajo en la última entrega de la escritora cubana Mylene Fernández Pintado: La esquina del mundo (Ediciones Unión, 2011).


“Un amor de ciudad” sería quizá un subtítulo ideal para este texto, un segundo posible título para una edición homenaje a su autora dentro de cincuenta años. Porque la ciudad de La Habana es su cómplice y su verdugo. Una ciudad que desconoce las aseveraciones de  la activista norteamericana Jane Jacobs cuando nos convoca a un proyecto motivador, si se quiere utópico de una urbe posible, de un “deber ser citadino”; constatable en ciertas áreas como ese Greenwich Village (Manhattan) al que convierte en alegoría y centro de análisis en su ensayo ejemplarizante “The Uses of Sidewalks: Safety”[1] y en donde reconoce a todos aquellos que pueblan las aceras (los que en cualquier punto de la ciudad marchan de prisa hacia sitios de trabajo o estudios y también a los integrantes de un barrio específico y sus rutinas) como participantes de un mismo sistema de vigilancia y seguridad para los habitantes de la ciudad, aún cuando sean desconocidos entre sí.
Mientras, La Habana de Fernández Pintado desconoce la violencia en sus formas clásicas de armas de fuego o mafias asesinas; pero se sumerge en edificios de vecinos –como aquel en donde vive Marian, la protagonista- en donde cada uno de sus habitantes ha perdido referente y se deleita en largas siestas mientras los parientes de Miami les cuidan el sueño o viven de glorias pasadas o simplemente salen al malecón (la acera esencial de La Habana) como única forma de alimentar sus cuerpos atiborrados de sueños por cumplir.
Montada sobre una clásica antihistoria de amor para antihéroes/heroínas desfallecidos, esta esquina del mundo habanero le da los buenos días, las buenas tardes y las buenas noches a las aceras de la capital isleña con una tristeza que escapa a los límites que la propia Françoise Sagan imaginó para su novela. Porque cuando la desanimada y aún en proceso de duelo Marian, conoce a un joven escritor tras la muerte de su madre colapsan sus mundos reducidos a un carro detenido (digamos la Historia), unos alumnos repetidos como clones de una misma generación frustrada en la consecución de sus más caras utopías y un trío de amigos tan al margen de la realidad global como ella.
Los paseos por La Habana posible (tanto como el Greenwich Village de Jacobs) se alternan con la mirada útil a las posibles versiones del libro sobre La Habana real que desde el balcón de Marian habrían de escribirse. El amor resistido de la foto que ahora mismo recorre el mundo, se desvanece en esa herida infinita que cambió su traje de exilio por el de simple migración económica (con sus muchas excepciones) en los últimos veinte años.
Finalmente Daniel –el posible chico habanero para besar, tendidos los dos, en cualquier acera del Vedado, Playa o la misma Habana Vieja a esa amante recién golpeada-  trae consigo todas las preguntas (también los posibles viajes imaginarios) a la esquina de la que ni Marian, ni Sergio, ni Marcos, ni Irene, ni BiDi, ni Adrián necesitan escapar.  Porque con todo y el vacío, la ausencia (hasta de fuerza policial) y la internalización de la marginalidad frente a lo global, La Habana sigue siendo el único lugar del mundo en donde sus ciudades interiores podrían  recomenzar el infinito trazado de calles, aceras y alcantarillas con las que sueña todo fundador.

                                                                                                



[1] Este ensayo pertenece al libro Death and Life of Great American Cities. Publicado por Jane Jacobs en 1961, Random House, Inc., New York.

3 comments:

  1. Felicidades a Mylene por su nuevo libro.

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  2. Mmmmm, tengo curiosidad. Hace pocos años leí las plegarias de Mylene, y me gustó mucho. Gracias por presentarme esta esquina de amor citadino.

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  3. Cruzando de un domingo a lunes, leo a la "Bicicleta Roja"...hay de todo en los pedales: poesía, narraciones, y música. Todos bajo el ojo
    de Mabel, lista a experimentar las calles virtuales del arte.
    Cada camino que recorre la bici roja en sus manos, se la aplaudimos.
    Gracias por compartir y forzarnos a investigar. Es vida para el alma.

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