¿Adónde vamos ahora?
Esta mañana me he despertado leyendo los fragmentos del libro de testimonios de Enrique del Risco Siempre nos quedará Madrid que aparecieran en el último número de la revista Diálogo que publica DePaul University. Allí, dice el escritor:

Si he decidido combinar ambos relatos y sus recepciones es porque cada día de los últimos 20 años (localizando mis convicciones políticas, allá cerca de los 17, cuando cantaba con Violeta Parra sobre lo tierno y amenazante de esa edad) me he levantado y acostado con la misma angustia: adónde ir, dónde ponerme... Mi madre a nivel político nunca ha sido mi enemiga, tampoco mi aliada. Mi madre no es más que el fruto exitoso de una nación acéfala que no es que se haya subido los pantalones o haya nadado a favor o en contra de estas corrientes sino que lleva ahogada más de cincuenta años, no patalea, no siente la asfixia; pero si yo muriera tampoco sabría en que lugar del cementerio (quiero decir el Estrecho de la Florida) ponerme. Ella sabe que detesto el bloqueo norteamericano por su esterilidad y componente esencial en la jugarreta castrista. Sabe también que no apruebo ni uno solo de los ejercicios de totalitarismo que ese casta de guerrilleros devenida gerontocracia al mando pone en práctica en la isla y su política exterior. Sabe que de las opciones que me da la maltrecha democracia norteamericana, apruebo aquella que en su maquillaje parecería defender las causas de los desposeídos y re-imagina un proyecto humanista "Con todos y para el bien de todos"... sabe que no tolero las guerras de Irak o Afganistán porque son un ejercicio de hegemonía imperialista, sin más, sin complicaciones éticas justificadas en el exterminio del Talibán o las armas de extermino masivo porque de eso, el interés petrolero y las bases navales impuestas a lo largo y ancho del planeta para qué hablar. De modo que mi madre ni siquiera necesita cambiarse de casaca, porque cualquiera de las dos le quedaría incómoda y sería sin más un despliegue coreográfico innecesario.
Sin embargo porque sé que a todo cubano(a) la política le invade la casa de sótano a ático; porque la casa misma (donde quiera que ésta haya sido emplazada) es un símbolo de una sobrevivencia que ha resistido desde siempre los más duros embates y porque veinte años después, la inocencia hecha añicos, el cruce de una frontera y el cambio del sistema hormonal así me lo facilitan: me avergüenzo de los cubanos que ostentan supuesta conducta apolítica. Y no hablo de aquellos que hundidos en plena infancia o adolescencia la historia oficial se les posó en la mesa y les dictó lo que debían hacer dejándolos en la misma esquina acéfala que mi madre habita. No, hablo de colegas académicos y profesionales, pensadores bien pagados, gente con puestos conseguidos en competencias nacionales de Europa y Estados Unidos en donde aseguraron, más bien juraron, tener mucho que decir. Gente con páginas de facebook para hacer alarde del más cínico y agudo sentido del humor si de comentar la decimaoctava muerte twittera de Fidel se trata; pero incapaz de pronunciarse si golpean a las Damas de Blanco o de firmar una demanda al congreso norteamericano para el levantamiento del bloqueo. Esa natación de la que Del Risco habla, pareciera no sólo ser un deporte poco interesante sino mejor un deporte detestado. Porque no se habla aquí de un cambio productivo de ropajes. Se trataría de vestirse con algo. Dejar de pensar por un momento en qué dirá el colega boricua que tan mal lo pasa con la situación colonial de su bella islita o del queridísimo hermano de Quisqueya que ya no puede más con su vida "In the Heights"; si es que total, estamos todos podridos, desesperanzados, cagados de miedo e impotencia. Se trata de que si se va a encuerar una, pues mira, que fuera también productiva esa desnudez, como quien dice, vamo' a tirarnos en la boca de los tiburones y ver qué pasa, va y cambiando nosotros, algo cambia.

No hacer uso de esa "ilusión del derecho", de ese pedir la voz y la palabra (como nos enseñó Blas de Otero) es tan indecente como permitir en un pueblo perdido del Líbano que niños que han jugado juntos desde que aprendieron a escaparse de sus respectivos pesebres (y es que todos somos Dios, solo hay que mirar con atención) se maten so pretexto de una guerra religiosa que les es ajena. Hacer uso de facebook, twitter, blogs, emails y cuantas formas de expansión masiva del criterio nos queden a la mano, no es lanzarse sin más a una guerra despiadada sino más bien echarse a nado para encontrarse en algún punto del Estrecho... es escucharse con respeto y mesura para entender que todos somos el enemigo y el amigo y la única solución posible, que todos salimos de algún vientre materno, que querer recobrar una nación es sobre todo tener la voluntad para recobrarla.
Yo, por mi parte, sólo quiero que mi madre sepa dónde echarme cuando llegue mi hora de ser devorada por los tiburones.