Monday, April 29, 2013

Me casas(te), Nueva Orleans

Para María José en su cumpleaños

Cinco visitas en menos de dos años. Dirían en mi pueblo que si no es buen recoL, es al menos un buen averaJe. Lo dirían así, con esa pasmosa facilidad que tenemos para juzgarlo todo sin apenas entender, sin apenas sentir. Cinco veces en menos de dos años la he visitado: verano, primavera, verano, otoño, primavera... Esas han sido mis estaciones. Uriel; Maguie y Yurién; Isabel y Carmen; Maya y Estévez; Zaldívar, Judith y Ana. Esos mis pretextos. Todos los viajes han sido el viaje de encontrarle una nueva emoción un nuevo silencio a pesar de su ruido impenitente; a pesar de su mucha música.

La Nouvelle-Orléans/Nueva Orleans/New Orleans/The Big Easy/NOLA/Neuorlinz... Mississippi sucio, poemas que escribo, viajes que sueño. Y sus casas. Las casitas del barrio francés; pero también las del barrio alto y las del bajo. Sus maderas de colores, sus bichos que ni huelen bien ni son agradables al visitante. Sus casas. Esas que me acogen más allá de las fachadas, por primera vez, esta primavera. Casas que no pudo borrar la furia de Katrina, la incompetencia de aquel gobierno, el dique roto. Casas que recuerdan a cada pueblo de Cuba y que son, a su vez,  tan de ese otro Caribe ajeno: lo francés, lo inglés posible en Guantánamo, Hershey, Colón...


Nueva Orleans, verdadera llave del golfo. Caribe posible e imposible. Llave con flores sobre los hombros-balcones de cada uno de sus desvencijados rostros. Me casas(te), Nueva Orleans, repito en letanía mientras revientan las bocinas de mi coche con el último de Lila Downs. Soy del sur, repito. Soy de Nueva Orleans en la única boda posible que tendré (yo con mis sueños); en lo atrapada por la belleza que me siento mientras dibujo los libreros en donde pondría mis libros, discos y películas. Mientras mataría impenitente a esos bichos hijos de la humedad y la madera, mientras buscaría los muebles muy viejos para decorar el salón, la habitación, el comedor de recibir a los amigos y charlar hasta el día siguiente.


Hay un modo de ser de Nueva Orleans (vivas donde vivas) que todo lo resume y  que sólo allí me ha sido dado conocer. Esa fusión de colores, sabores, alegrías, tristezas, alcohol, sobriedad, esperanza, elevado pensamiento crítico, blanco, negro, música, música, música y largos silencios. Silencios de Wagner y silencios de Mick Jagger, de Armstrong y de Jean Michel Jarre, de Billie Holiday y de Edith Piaf. Ese instante en que todo cesa para volver a renacer. Instante en donde me caso, cazada por las casas de Nueva Orleans, imagen proyectada desde mi imaginación. Instante en donde regreso a un lugar de mí que sólo yo sé he habitado alguna vez. Paraíso perdido que encuentro mínimo en un silente pestañeo.