Tuesday, August 21, 2012

Es que somos unos exagerados...



Debo empezar esta entrada femeninamente disculpándome. Sí, este era un blog para reseñas literarias y al final se está convirtiendo en un espacio más para el desfogue emocional (uy, femenina otra vez... pestañeo como Betty Boop) y el ajuste de cuentas personales. Volveré a los libros, sólo que a veces, ay, a veces...

El asunto es que lo que hoy les presentaré me ronda hace casi dos meses... una de esas frases que alguien dice y que se ancla en algún rincón del alma o la memoria para martillear incesante. Debo aclarar además que no hablaré aquí desde la vehemencia que me caracteriza, nada de vena aorta hinchada, ojos desorbitados o desgañite que conduzca a la ronquera... no, hablaré desde la reflexión, la calma, hasta la certidumbre de que aquella, la frase martillante, tiene su fundamento.



Estaba yo conduciendo mi carrito blanco y un par de amigas españolas me acompañaban. Gente linda, decente, querida, comprometida con muchas causas y entre ellas la cubana. Amistad probada por más de una década y varios encuentros intercontinentales. La cosa es que ya empezábamos a hablar de política (surprise, surprise) cuando una de ellas asegura que la cosa es que los cubanos no nos damos cuenta de lo exagerados que somos, que la falta de libertades en Cuba es perfectamente comparable a la de España y por supuesto, cómo no, a la de cualquier otro país Latinoamericano. Hum. Vena aorta que se altera, ojos ya salidos de lugar, gritos despavoridos, potencial accidente de tránsito. Intento incluso, desde un breve segundo lúcido, parar la discusión y decirle que no vale la pena, que mejor seguimos con nuestras magníficas vacaciones. Pero no se puede.


La anécdota es familiar para cualquier cubano que haya estado en contacto con miembros imaginarios de las izquierdas del mundo... yo misma he repetido la escena con idéntica actuaciones y coreografía en varios países, foros públicos y privados, lenguas inglesa y castellana. Soy una guerrillera del asunto cubano; pero esta vez la estocada de la exageración me aniquila.

A ver, claro que sé mejor que nadie que la exageración viene gratuita como compuesto químico en nuestro ADN.  Que el chovinismo y la tragicomedia nos acompañan desde el momento mismo en que se juntaron el gallego y el negrito en un retablo cualquiera de una nación por fundar... pero digo (y párenme si exagero): se puede estar más sola en esta vida que cuando has visto a centenas de hombres y mujeres ir a las cárceles y morir a muchos de ellos por hacer uso del derecho de libre asociación o reunión; o cuando otros tantos se tiran a un estrecho plagado de tiburones (muchas veces con sus hijos)  porque ya no pueden más (sí, sí, razones económicas, so what? a ver si nos leemos un poquito a Marx y entendemos de qué van las ideologías políticas)... en fin, la lista de exageraciones, esa que debe hacernos poner nuestro tema nacional en perspectiva y quizá tranquilizarnos un poquito es larga, tortuosa, aniquilante. Tanto, que se me han ido pasando las ganas de esta entrega.

Mi amiga es mi amiga a pesar de no entender nada. Así de fiel me hace la luna. Así de vieja me estoy poniendo. Pero más que proponer, analizar, debatir, me doy cuenta de que esta vez sólo me gustaría lanzarles la pregunta, a todos, sin discriminación por razones de nacionalidad, poder de exageración,  condición exílica o insílica... y es esta: eh, ustedes, de la cosa cubana y los cubanos, qué creen?




Wednesday, August 8, 2012



Este 13 sin Ileana  


Desde hace días martilla mi cabeza una idea obsesiva: el 13 hará un año, el 13 hará un año… la he llegado incluso a decir en voz alta para sorpresa de mis escuchas… he seguido de largo sin ganas de aclarar nada.

Hoy, 8 de agosto, cuando faltan 5 días, alguien publica un texto sobre ti y una expo tuya escrito por Mylene, la responsable de todo. Lo leo y pienso en esto que escribo como una “contracandela” –palabra que te daría mucha risa y te haría pensar en los enormes surcos de la escuela al campo o quizá no, quizá nunca fuiste a esas escuelas; tantas cosas no alcancé a preguntarte... Leo a Mylene y escribo desde un mundo al revés, a la usanza de Lewis Carrol. Pienso en que quiero celebrar tu no muerte, tu no enfermedad, tu (mi) no darnos tiempo.

Si Mylene, la Nena (a quien conozco sólo por tu mirada) y Darsi fueron tus amigas más fieles y tienen más de treinta años de memorias, yo fui tu relación amistosa más anécdota, más incidental, más de provincia (largo deshonor para ti, que eres La Habana misma)… Pero aprendí a vivir con eso y con los celos que corrían despavoridos de una punta a otra de nuestras vidas. Nadie entendía nada. Sólo nosotras. O más bien tú y me lo explicaste. Fue aquel día en que me regalaste la preciosa camiseta verde aceitunas y un perfume delicadísimo que no he vuelto a tener pero cuya esencia de flores ya no olvido. El día en que me dijiste en la punta de tu cama: nunca tuve una amiga a la que le sirvieran una de mis camisetas. Era tu manera menos torpe de contarme que nuestra gordura había sido hasta ese momento terreno de soledad, ausencia absoluta para imaginarios compartidos. Yo te abracé fuerte y me puse la camiseta hasta que -gracias al sol de los patios de Cuba y algún accidente con pintura de lechada para las paredes- se convirtió en el trapito más caro y amado que haya tenido hasta este día.

El 13 hace un año de que me diera por vencida de traerte a los Estados Unidos, de imaginar para ti talleres, exposiciones que en realidad serían el pretexto de horas infinitas de muela y más muela, la muela que nunca he podido dar ni con las más amable de mis amantes. Ellas siempre tienen sueño a la hora en que las mujeres-búhos (o sea, tú y yo) se  dan a las confesiones. El modo en que nos imaginábamos sin dormir era la mejor parte de tu viaje. El 13 hace un año de que Roxana Fuentes se viera en la obligación de hablarme de derrames, hospitales, muertes y cenizas… sepultando también, ese futuro de parloteras alegrías.

Fui tu amiga accidente, lo sé. No tengo derecho siquiera a escribir estas páginas o de tener tu caricatura entrando al cielo, esa con la que el Garrincha nos abrazara un año atrás, puesta como amuleto en la misma entrada de mi oficina para que cuando las malas energías traspasen el umbral, tú las combatas.  Ya sabes, bien sabes, lo egoísta que somos las especies de esta raza.

Sé que no soy Mylene o la Nena o Darsi, tampoco Iris que bien ganado tiene un puesto entre tus más profundos afectos, sé que no tengo mil memorias que ofrecerte. Pero hay al menos dos que nadie puede arrebatarme. Dos que valen este dolor y esta rabia y esta impotencia de saber que moriste el mismo día que nació el origen de todo nuestro horror. Una de ellas ya la sabes. Y la saben también Mylene, Laura, Beatriz, Lucy, Andy y Mauro; no sé si la contaste a alguien más. Es esa en la que todos cantamos y el mar de la costa que separa la ciudad de La Habana de Matanzas nos arrulla. Es esa en la que somos eternos y felices y cerramos los ojos (todos menos tú, que nos conduces a la gloria de esos días y una vez más haz de inmolarte). Es el “fuego lento” con que la otra Rosana nos advierte que esos segundos cambiarán para siempre nuestras vidas.

La segunda, vuelve a ser íntima, conversamos en mi barbacoa de pretensión italiana (ese “mezzanine” tembloroso y pobre donde lloramos tanto) y un tipo se para en la calle y se masturba y nos llama para que lo veamos. Nosotras somos sólo dos amigas gordas conversando en plena madrugada; pero al tipo eso parece darle el mismo morbo de dos sílfides en plena escena porno. Lo que me llevo conmigo es tu modo de bajar las escaleras del “mezzanine” sólo para comprobar que tus hijos duermen tranquilos en el primer piso. Que nada ha sucedido a pesar del tipo que silva y se sacude su baba entre las piernas. Aquella noche quise que fueras mi madre, mi hermana, mi hija, todas esas fantasías que recorren el imaginario lésbico, pero que, insisto, no cautivaban ningún deseo erótico en nosotras. Y no te lo dije, claro, más bien frivolicé tu paranoia… te hablé de que el masturbador del barrio era casi parte de todas las familias a las que había acosado… algunas le gritaban soeces el más exquisito sermo vulgaris matancero, otras (como yo) sólo cerrábamos la ventana después de haberle compadecido en voz alta: ¿chico, tú no tienes nada mejor que hacer?

El 13 hará un año y en medio de la más apretada de mis agendas te escribo. Te hablo de esa imposible trayectoria que fue ir a La Habana, al portal de 49 y no encontrarte. Te digo, eso sí, que Lucy es una bella muchacha de gesto rebelde, que Andy suena sereno en los teléfonos, que Yadira es la mejor celadora de tu legado, tu memoria; que Hilda, Ivón y Lucía se dan mucho sillón sólo para asegurar que los balancines no dejen lugar al silencio, que Amelia es idéntica a ti, tan idéntica que encontrarla parece un viaje a esos años en los que no pude conocerte.

El 13 hará un absurdo año y yo, sin derechos como estoy a homenajearte, he ideado un nuevo ritual para las dos. Te lo cuento: nado en las tardes hasta que se cierra la noche sobre el patio. Entonces, nos sirvo una cerveza, me aseguro de mirar feliz a las estrellas y comienzo a darte muela… sé bien que sólo tú escucharías.